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Revista Convicciones

Convicciones N° 03

Ética de la empresa, no sólo responsabilidad social

En esta oportunidad, hemos considerado oportuno compartir con el lector una nota de opinión de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación Étnor. (www.etnor.org)

La autora puntualiza que “el discurso sobre la responsabilidad social de las empresas está de actualidad”. Lo cierto es que se multiplican los cursos, publicaciones, asignaturas universitarias sobr el tema, las grandes empresas se dotan de un departamento dedicado exclusivametne a ello, aumenta el número de instituciones que ayudan a las empresas a gestionar sus responsabilidad, menudean los rankings de organizaciones excelentes y los índices de RSE. Sin duda, es un auténtico fenómeno en el nivel local y global.

Ciertamente, la convicción de que las empresas deberían asumir su responsabilidad social data ya, como tarde, de mediados del siglo pasado, pero dos acontecimientos al menos han dado al asunto una relevancia inusitada en los últimos años.

El primero es el hecho de que Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, propusiera a las empresas, a las organizaciones cívicas y a las laborales un Pacto Mundial en 1999, ante el Foro Económico de Davos, con el propósito de extender los beneficios de la globalización a todos los seres humanos.

"Elijamos -decía- unir el poder de los mercados con la autoridad de los ideales universales. Elijamos reconciliar las fuerzas creadoras de la empresa privada con las necesidades de los menos aventajados y con las exigencias de las generaciones futuras".

Parecía dar a entender Annan con estas palabras que orientar el mercado en un sentido u otro es una cuestión de elección, no de fatalismo insuperable, y proponía como brújula para las decisiones empresariales respetar y promover nueve principios, que recientemente se ampliaron a diez, y hacen referencia a derechos humanos, laborales, medioambientales y al compromiso de eludir prácticas de corrupción.

En 2001 se produjo el segundo acontecimiento decisivo. La Comisión de la Unión Europea propuso el célebre Libro Verde Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas con el propósito de convertir a la economía europea en la más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible, con más y mejores empleos y mayor cohesión social.

Para lograrlo se invitaba a las empresas a invertir en su futuro, llevando a cabo un triple balance económico, social y medioambiental que permitiera el avance en paralelo del crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente. Tres claves para una economía que no quiera hacer nada extraordinario, sino simplemente sus deberes.

lo complicado es dilucidar en qué consiste eso de la responsabilidad social.

No hay acuerdo al respecto, claro, pero al menos dos ideas pueden servir como hilo conductor. La primera, aquella famosa caracterización de Milton Friedman que levantó ampollas en 1970: la responsabilidad social consiste en aumentar el beneficio para el accionista, porque la empresa es un instrumento del accionista, que es su propietario. El sujeto ante el que la empresa es responsable es el shareholder, el accionista.

Sin embargo, pronto el centro de gravedad se vio desplazado desde los accionistas a todos los stakeholders, a todos los afectados por la actividad de la empresa: accionistas, trabajadores, clientes, proveedores, contexto social, medio ambiente y Administración Pública. La responsabilidad ante todos ellos podría sintetizarse en la fórmula que presenta el Libro Verde de la Unión Europea: "Integración voluntaria por parte de las empresas de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y en sus relaciones con los interlocutores".

Con lo cual, cualquier lector avisado se percata de que la fórmula de Friedman no ha sido arrumbada, sino más bien subsumida en una nueva, más inteligente, porque la empresa prudente intuye que si tiene en cuenta los intereses de los afectados en el diseño de las estrategias de la empresa, también aumentará el beneficio del accionista.

Por eso, la responsabilidad social no consiste en mera filantropía, no se trata de realizar acciones de beneficencia, desinteresadas, sino en diseñar las actuaciones de la empresa de forma que tengan en cuenta los intereses de todos los afectados por ella. La idea de beneficio se amplía al económico, social y medioambiental, y la de beneficiario, a cuantos son afectados por la actividad de la empresa.

Como en algún lugar he escrito, la responsabilidad social debe asumirse como una herramienta de gestión, como una medida de prudencia y como una exigencia de justicia.

Como herramienta de gestión, debe formar parte del "núcleo duro" de la empresa, de su gestión básica, no ser "algo más", no ser una especie de limosna añadida, que convive tranquilamente con bajos salarios, mala calidad del producto, empleos precarios, incluso explotación y violación de los derechos básicos.

La buena reputación se gana con las buenas prácticas, no con un marketing social que funciona como maquillaje de un rostro poco presentable. Como medida de prudencia, permite convertir a los afectados en cómplices de una aventura que debe perseguir el beneficio común en una época en que la celeridad de los cambios más aconseja tener amigos que adversarios, cómplices que enemigos.

Pero a comienzos del siglo XXI sigue siendo verdad que lo radical es ir a la raíz, en este caso, que la responsabilidad social para serlo ha de enraizar en una ética de la empresa. La ética tiene que ver con el êthos, con el carácter que se forjan las personas y las organizaciones, con los hábitos que adquieren día a día para actuar de una forma excelente, desde la convicción de que hacerlo así es lo que corresponde.

Y la ética tiene que ver también con la justicia, con ese percatarse de que cualquiera que sea afectado por una actividad social tiene que ser tenido en cuenta al tomar las decisiones que le afectan. Hay una obligación moral con todos los afectados que no debe eludir una organización justa.

 

Publicado en Revista Futuros No. 13, 2006 Vol. IV

 

Carlos LyallConsejo Directivo CRIPCO
Cámara Regional de Industria y Producción y Comercio de Oberá)
Consejo Directivo CEM Comfederación Económica de Misiones

El arte y el consumo

 ¿Porqué hablar de arte en los tiempos actuales cuando la mayoría de la población no tiene las necesidades básicas satisfechas?.  Lo cierto es que el arte convive con el ser humano a pesar de todo, ya sea por el peso de la historia o por la realidad que nos atraviesa. 

También se dice que por la situación económica estamos condenados a una crisis cultural y de valores. Defición común de la que se sirven los funcionarios para justificar cualquier innacción por parte del estado en políticas culturales, sin hablar aquí de la situación de la justicia, la salud y la educación. Sobre este último punto se pretende llegar a la excelencia por la sola asistencia de los alumnos a cumplir determinados días de clases.

 Las estadísticas dicen que un ser humano para no estar bajo la línea de pobreza debe ganar 869.34 pesos y para no estar bajo la linea de indigencia debe ganar 395.15 pesos (I.N.D.E.C, Noviembre 2006). La actividad económica de una nación tiene la suerte de explicarse a si misma por el simple motivo de que es una cuestión de números. Reales o no, los mismos nos pueden dar en pocas palabras, (o números), una idea mas o menos concreta sobre la situación económica de un país; provincia o grupo social. Pero cuando intentamos definir en que situación se encuentra la actividad cultural de acuerdo con la línea de pobreza o indigencia, la cosa es sencilla. Los números no sirven para medir el grado de sensibilidad estética de una nación, provincia o grupo social. Para esto propongo un método: organizar una encuesta de hogares y determinar la cantidad de almanaques, pósters de ídolos del momento, chucherías chinas adquiridas en los locales de “todo por dos pesos” que decoran las paredes y ambientes de las casas; con respecto a cuantas pinturas, objetos artesanales o esculturas hay en las mismas y que podrían ocupar esos lugares. Se podría concluir en esta encuesta que tipo de programación se consume en los horarios centrales; pero esto será más difícil debido a que en todos los canales y en los mismos horarios, la programación y los temas que en ellos se tratan son casi los mismos, incluidos los noticieros.  A la hora en que la familia está reunida, generalmente al momento de comer, todos conocemos de las bondades de la “Baba de Caracol” después de que el noticiero haya anunciado los índices de pobreza que difundió el gobierno. Pero volvamos al tema: Arte y consumo y veamos las fuentes. Dice el diccionario: Arte: Actividad humana específica, para la que se recurre a ciertas facultades sensoriales, estéticas e intelectuales. 

También dice el diccionario:

 Consumo: Utilización de un bien para satisfacer las necesidades. El hecho artístico, para que se concrete, necesita de dos partes: El productor artístico y el consumidor. Indiscutiblemente vivimos en una sociedad de consumo por lo tanto el objeto artístico, cualquiera sea, (un libro, una composicón musical, una obra de teatro, una escultura, una pintura, una película, un programa de televisión, etc.,) es un producto cultural para ser consumido. Según la definición que nos da el diccionario, de acuerdo a nuestras facultades sensoriales, estéticas o intelectuales, elegiremos cual consumiremos. La definición: consumo; dice que es para satisfacer uan necesidad ¿Y cuál es la necesidad que satisface el arte o el objeto cultural?. Pues a esto se responde, “la necesidad estética”.  

No deseo discutir porqué propongo “lo estético como una función propia del ser humano, por lo tanto una necesidad a ser satisfecha”, pero si plantear lo estético desde la vereda que propone Jan Mukarovsky cuando dice: (...) “la función estética ocupa un campo de acción mucho más amplio que el arte mismo. Cualquier objeto y cualquier acción (sea un proceso natural o actividad humana) pueden llegar a ser portadores de la función estética[.1] ”. 

 No se puede decir que todo hecho cultural es artístico, pero si, y siguiendo el recorrido, que: por medio de la función estética consumiendo un producto cultural nos aproximamos al fenómeno artístico. En la definición de Arte que da el diccionario habla de facultades, y las facultades se incorporan al ser humano, se aprenden, se potencian. Y es ahí adonde una política cultural debiera apuntar: Generar espacios de aprendizaje para desarrollar el espíritu crítico. Como vemos la crisis cultural no depende únicamente de la crísis económica, pero si, de la carencia de una política cultural o por lo menos de una voluntad para implementarla. Mario KitagrockiFundacion Zona Centro 

 [.1] Mukarovsky, Jan. Escritos de estética y semíótica del Arte. Gustavo Gili Barcelona 1977. Pag 47